Tal como se relató a Erica Rimlinger
A medida que mi mente aturdida despertaba del sueño provocado por la anestesia, mi mamá sonaba como si estuviese lejos mientras daba las noticias.
“El doctor no pudo llevar a cabo la operación”, dijo. “El cáncer estaba demasiado avanzado”.
Lo siguiente que recuerdo era un capellán amable que entraba a mi cuarto en el hospital. Su presencia me dio tranquilidad mientras escuchaba mis temores acerca de lo desconocido. Dijo, “no saldré de esta habitación hasta que programes una cita con un oncólogo”.
Mi cerebro despertó rápidamente, y pensé, “esto no puede estar ocurriendo”. Lo siguiente que pensé fue, “tengo seis hijos entre las edades de tres y 18 años. Uno de mis hijos tiene autismo y síndrome de Down. No es opcional. Debo luchar”.
Antes de recibir el diagnóstico de cáncer de colon en etapa 4, había descuidado mi salud. Pasaba la mayor parte del tiempo en mi carro, llevando a mis hijos a sus actividades y al colegio, entregando víveres a clientes a través de Instacart y consumiendo comida rápida en el camino. Siempre tenía prisa, demasiado ocupada para abordar mis necesidades debido a una lista interminable de quehaceres de lavandería, tareas domésticas, comidas, deberes y más lavandería.
Si pudiese regresar en el tiempo y hablar conmigo seis años antes de que eso suceda, cuando tenía síntomas GI normales que no se solucionaron cuando removieron mi vesícula biliar, me diría, “visita otra vez a tu doctor. Di algo. Dile que el procedimiento de la vesícula biliar no eliminó los síntomas. Sométete a la colonoscopía que recomendó en vez de la sigmoidoscopia que no era integral, pero que tenía menor costo. Di lo que piensas. Dedica tiempo a esto porque tú lo vales y tu salud no tiene precio”. Pero mi esposo había indicado que ya había dedicado mucho tiempo y dinero a mis problemas de salud, así que me mantuve en silencio.
Ahora, acostada en la cama del hospital, mi mente revoloteando con nuevas malas noticias en medio de una nube provocada por los efectos cada vez menores de la anestesia, mi misión era clara. Una semana después, me reuní con un oncólogo nuevo, dónde me enteré que no podía someterme a ninguna cirugía otra vez, ni siquiera si tuviese una rotura de apéndice. “No te ayudará a vivir más”, me dijo. “Deberás someterte a quimioterapia durante el resto de tu vida”.
Empecé con una quimioterapia agresiva y me hicieron pruebas genéticas y de biomarcadores, no solo para tratar de encontrar algún marcador genético tal como el síndrome de Lynch, el cual se asocia a un mayor riesgo de cáncer de colon, sino que para ayudar a mi doctor a planificar tratamientos con resultados más eficaces.
Sin embargo, no iban a esperar hasta obtener los resultados. La biopsia identificó que mi cáncer tenía una calificación de 95/100 en la escala de agresividad. Había envuelto mis órganos internos como una lámina y había llegado a mis senos.
Mientras soportaba el tratamiento, reinventé mi vida. Empecé a meditar. Practicaba yoga. Reserve tiempo para caminatas y ejercicio. Escribía cotidianamente un diario de gratitud. Obtuve la compañía de amigos y familiares con actitudes positivas. Me di cuenta de cuán profundamente había descuidado mi salud. Tenía mucha ira reprimida acumulada dentro de mí.
Julie y sus seis hijos, 2024
Empecé a recibir orientación y aprendí a cuidar mi cuerpo, mente y espíritu de mejor forma. En vez de ignorar mis emociones, ahora digo lo que pienso. Abandoné un matrimonio que no era saludable y estoy orgullosa de no haberme rendido. Dedicaré el tiempo que me queda a cuidar de mí y de lo que siento realmente. Tengo el sistema de apoyo de mi iglesia, amigos, familiares y grupos de apoyo virtuales tales como Colon Town.
Los efectos colaterales de mi quimioterapia son inusuales, pero tolerables: tomar agua fría se siente como tragar cuchillos y tocar superficies frías se siente como tocar cuchillos. Pero, honestamente, nunca me he sentido más saludable. La neuropatía de mis dedos de los pies, otro efecto colateral de la quimioterapia, no evita que camine 5 km para recaudar dinero y concientizar al público en general a favor de investigaciones del cáncer que salvarán vidas.
Mis pruebas genéticas indicaron que mi cáncer no se debía a factores genéticos. Eso me sorprendió porque tenía un primo que murió de cáncer de colon a los 41 años. Esto alarmó a mi hermana, quien se sometió a una colonoscopía y me había pedido que me someta a una en ese tiempo. En ese entonces tenía 45 años, época en la cual se recomendaba que se empiece con las examinaciones a los 45 años, tal como se hace ahora, por lo que pensé que mi hermana estaba reaccionando desproporcionadamente. Mi primo fumaba, pensé. Y soy muy joven. En ese entonces, no sabía que el cáncer de colon podía ocurrir a cualquier edad y que, de hecho, es cada vez más frecuente en personas jóvenes.
Había mucho que no sabía antes, pero he pasado este tiempo aprendiendo acerca de mi enfermedad, mi salud y mis opciones de tratamiento. Aprendí que ahora hay cirujanos que se especializan en remover cánceres muy avanzados.
De hecho, recientemente tuve una consulta con uno en Smilow Cancer Hospital con Yale Medicine quien dijo que soy elegible para una cirugía porque he estado estable con quimioterapia durante dos años y siete meses y he caminado dos millas diarias todos los días. Todavía tengo obstáculos que debo superar antes de que eso ocurra, seis rondas más de quimioterapia, una TC, una TEP y una prueba de sangre después de la quimioterapia. Pero si el cirujano está satisfecho con esos resultados, podría tener una cirugía laparoscópica exploratoria a mediados de noviembre. Si eso ocurre apropiadamente, el cirujano removerá mi tumor principal, realizará una resección de colon, removerá mi apéndice y mis ganglios linfáticos en la pelvis y cerca de mi aorta. Este procedimiento podría ayudarme a vivir más tiempo. Esa es mi prioridad principal: Estar aquí lo más posible para mis seis hijos.
Mi hija de seis años me preguntó, “mami, ¿cuál será mi apariencia cuando tenga 10 años?” Me di cuenta que podría no llegar a saberlo. En la iglesia, me puse a llorar cuando vi a una niña de 10 años que se parecía a mi hija. No quiero perderme los hitos importantes de mis hijos y estoy decidida a vivir lo suficiente para verlos crecer.
En muchas maneras, me siento más saludable que nunca. Hago ejercicio, voy a terapias, participo en voluntariado en la iglesia y tengo una vida balanceada que concuerda con mis valores. Aprendí muchísimo acerca del cuidado de mi salud mental y física después de mi diagnóstico de cáncer. Principalmente, aprendí que nunca es demasiado tarde para que tu salud sea tu prioridad más importante.
Este recurso educativo se preparó con el apoyo de Merck.
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